A veces los viajes no tienen nada que ver con esas idílicas playas caribeñas, o con visitar la populosa Nueva York, o disfrutar de un atardecer en una casa de campo. Hay travesías que se realizan sin moverse del sillón, mientras nos perdemos entre las páginas de un libro, o al ver una película o serie. Pero si de algo estoy seguro, es que los viajes más difíciles y profundos de realizar son aquellos en los que nos sumergimos en los anhelos del alma, o en los remotos recesos del subconsciente, periplos que pueden dejarnos en la duda de si hemos nacido en sitios y épocas equivocados, o nos hace pensar que algo dentro de nosotros sigue arrastrándose a lo largo de los siglos, dejando un residuo fantasmal de lo que tiempo atrás fue nuestro hogar.